miércoles, 20 de febrero de 2013

Escuela de calor.

Era, y digo era por el transcurso temporal, no por el emocional o epidérmico, a finales de la primavera de 1984, en un kiosko de un oasis de sombra, comprando tabaco cuando aún era imitación y no vicio, que atendí en su radio, a primera hora de la tarde, como anunciaban el último éxito de Radio Futura; recuerdo que me retiré unos pasos y escuché atentamente la letra que me sigue acompañando desde entonces como un Dies irae. Fiel reflejo del medio y estado anímico de un púbere que oía por la vista y, en aquel día innominado, satisfecho por los exámenes bachilleres ya acabados, fui inconscientemente consciente del inicio de una epifanía, única por ser mía, habitual por ser ley de vida y ¡ay! del que no la haya sentido. Una percepción que te ofrece la vida en contadas ocasiones y que, en mi caso, echó la persiana en París, un frío atardecer de verano de 1991 escuchando La estatua del jardín botánico en el mismo lugar, temiendo e intuyendo que era la puerta de nuevas etapas. Aquella misma tarde de 1984 escuché en la radio La leyenda del tiempo cantada por Camarón y... no me gustó, he tenido tiempo de arrepentirme pero entonces comenzaba para mi la época del ...sueño flotando sobre el tiempo como un velero... y ya no estaba para análisis de texto.

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